The True Dangers of Trump’s Economic Plans
His Radical Agenda Would Wreak Havoc on American Businesses, Workers, and Consumers
La política mundial entra en una nueva etapa, y los intelectuales no han vacilado en abundar sobre los posibles aspectos que este cambio entraña: el fin de la historia, el regreso a las rivalidades tradicionales entre las naciones-estado o la declinación de la nación-estado a causa de las contradicciones entre tribalismo y globalismo. Cada una de estas versiones da cuenta de algunos aspectos de la nueva realidad, pero pasa por alto un elemento decisivo (e incluso central) de la política mundial de los próximos años.
La hipótesis de este artículo es que la principal fuente de conflicto en un nuevo mundo no será fundamentalmente ideológica ni económica. El carácter tanto de las grandes divisiones de la humanidad como de la fuente dominante de conflicto será cultural. Las naciones-estado seguirán siendo los agentes más poderosos en los asuntos mundiales, pero en los principales conflictos políticos internacionales se enfrentarán naciones o grupos de civilizaciones distintas; el choque de civilizaciones dominará la política mundial. Las líneas de ruptura entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro.
El conflicto entre civilizaciones será la última fase de la evolución del conflicto en el mundo moderno. Durante siglo y medio, después de que con la Paz de Westfalia surgiera el sistema internacional moderno, los conflictos del mundo occidental fueron en su mayoría entre príncipes -emperadores, monarcas absolutos o constitucionales- que intentaban ampliar sus burocracias, sus ejércitos, su fuerza económica mercantilista mercantilista y, sobre todo, su territorio. De paso, crearon las naciones-estado y, a partir de la Revolución Francesa, las principales líneas de conflicto se sitúan entre naciones y no entre príncipes. En 1793, en palabras de R. R. Palmer, "terminaron las guerras de los reyes y comenzó la guerra de los pueblos". Este patrón decimonónico continuó hasta finalizada la Primera Guerra Mundial cuando, como resultado de la Revolución Rusa y la reacción en su contra, el conflicto entre naciones cedió paso al conflicto entre ideologías, primero entre el comunismo, el fascismo-nazismo y la democracia liberal, y luego entre el comunismo y la democracia liberal. Durante la Guerra Fría, este último conflicto encarnó en la lucha entre dos superpotencias, de las cuales ninguna era una nación-estado en el sentido europeo clásico, y en la cual ambas definían su identidad en función de su ideología.
Los conflictos entre príncipes, naciones-estado e ideologías tuvieron lugar sobre todo en el marco de la civilización occidental, fueron "guerras civiles occidentales", como las llamó William Lind. Esto es verdad tanto con respecto a la Guerra Fría como a las guerras mundia les del siglo xx y las guerras de los siglos XVII, XVIII y XIX. Con el fin de la Guerra Fría, la política internacional abandonó su fase occidental y su eje pasó a ser a la interacción entre la civilización occidental y la no occidental, o entre civilizaciones no occidentales. En la economía política de las civilizaciones, los pueblos y gobiernos no occidentales ya no son blanco de los propósitos de la historia del colonialismo occidental; ahora son, junto con los países occidentales, impulsores y conformadores de la historia.
Durante la Guerra Fría el mundo se dividió en primero, segundo y tercer mundos. Esa división ya no resulta pertinente. Hoy es mucho más lógico agrupar a los países en función de su cultura y civilización que hacerlo según sus sistemas políticos y económicos, o de su grado de desarrollo.
¿Qué significa "civilización"? Una civilización es una entidad cultural. Aldeas, regiones, grupos étnicos, nacionalidades y grupos religiosos tienen todos culturas distintas con niveles diferentes de heterogeneidad cultural. La cultura de una aldea del sur de Italia puede diferir de la de una aldea del norte de dicho país, pero ambas compartirán una cultura italiana común que las distinguirá de las aldeas alemanas. Las comunidades europeas, a su vez, compartirán características culturales que las distinguirán de las comunidades árabes o chinas. Pero los árabes, chinos y occidentales no integran ninguna entidad cultural más amplia. Constituyen civilizaciones. Una civilización es, por tanto, la organización cultural más alta de personas, y el nivel de identidad cultural individual más amplio tiene poco de lo que distingue a los seres humanos de otras especies. Se define tanto por elementos objetivos comunes (idioma, historia, religión, costumbres, instituciones) como por autoidentificación subjetiva de la gente. Las personas tienen niveles de identidad: un residente de Roma puede definirse, con diversos grados de intensidad, como romano, italiano, católico, cristiano, europeo, occidental. El nivel más amplio con el que se identifique intensamente es la civilización a la que pertenece. Las personas pueden redefinir sus identidades; y, como resultado de ello, la composición y las fronteras de las civilizaciones cambian.
Las civilizaciones pueden abarcar a un número grande de personas, como en el caso de China ("una civilización que finge ser un estado", al decir de Lucian Pye), o a un número muy pequeño, como el Caribe anglófono. Una civilización puede incluir varias naciones-estado, como ocurre con las civilizaciones occidental, latinoamericana o árabe, o sólo una, como la civilización japonesa. Es evidente que las civilizaciones se mezclan y superponen, y pueden incluir muchas subcivilizaciones. La civilización occidental tiene dos variantes principales, la europea y la estadounidense, y el Islam posee sus subdivisiones árabe, turca y malaya. Las civilizaciones son de todos modos entidades dotadas de sentido, y si las líneas que las separan suelen no ser definidas, no por eso dejan de ser reales. Las civilizaciones son dinámicas: ascienden y descienden, se dividen y se fusionan. Y, como sabe cualquier estudiante de historia, desaparecen y quedan enterradas en las arenas del tiempo.
Los occidentales tienden a considerar a las naciones-estado como los principales agentes en los asuntos mundiales y, aunque lo son, esa realidad data de hace muy pocos siglos. La historia humana de mayor trascendencia es la historia de las civilizaciones. En A Story of History, Arnold Toynbee identificó veintiún grandes civilizaciones; sólo seis de ellas existen en el mundo contemporáneo.
La identidad de civilización será cada vez más importante en el futuro, y el mundo estará conformado en gran medida por la interacción de siete u ocho civilizaciones principales: occidental, confuciana, japonesa, islámica, hindú, eslava ortodoxa, latinoamericana y, posiblemente, la civilización africana. Los conflictos más importantes del futuro se producirán en las líneas de ruptura que separan a estas civilizaciones unas de otras.
¿Por qué será así?
Primero, las diferencias entre las civilizaciones no son sólo reales: son fundamentales. Las civilizaciones se diferencian entre sí por su historia, idioma, cultura, tradición y, lo más importante, por su religión. Personas pertenecientes a distintas civilizaciones consideran de distinta forma las relaciones entre Dios y el hombre, grupo e individuo, ciudadano y Estado, padres e hijos, esposo y esposa; del mismo modo tienen un criterio diferente de la importancia relativa de derechos y responsabilidades, libertad y autoridad, igualdad y jerarquía. Estas diferencias son el resultado de siglos y no desaparecerán rápidamente. Son mucho más determinantes que las diferencias entre ideologías y regímenes políticos. "Diferencia" no necesariamente significa conflicto, ni "conflicto" necesariamente "violencia"; en el transcurso de los siglos, sin embargo, las diferencias entre civilizaciones generaron los conflictos más prolongados y violentos.
En segundo lugar, el mundo se va haciendo más pequeño. Aumentan las interacciones entre pueblos de distintas civilizaciones, que intensifican la conciencia de la propia civilización y de las diferencias y similitudes con las restantes. En Francia, la inmigración norafricana genera entre los franceses hostilidad y, al mismo tiempo, mayor receptividad a la inmigración polaca de europeos católicos "buenos". Los estadounidenses reaccionan en forma mucho más negativa a la inversión japonesa que a la canadiense o la europea. Del mismo modo, como señaló Donald Horowitz, "Un ibo puede ser […] un ibo owerri o un ibo onitsha en la que fue la región oriental de Nigeria; en Lagos es simplemente un ibo; en Londres, un nigeriano; en Nueva York, un africano". Las interacciones entre pueblos de civilizaciones distintas amplían la conciencia de la propia civilización, lo que, a su vez, refuerza diferencias y animosidades que se remontan, o se supone que se remontan, a tiempos muy antiguos.
En tercer lugar, los procesos de modernización económica y cambio social tienen en todo el mundo el efecto de separar a la gente de sus viejas identidades locales, debilitando al mismo tiempo a la nación-estado como fuente de la identidad. En gran parte del mundo, la religión ha conseguido llenar este vacío, muchas veces en forma de movimientos llamados “fundamentalistas", que es posible encontrar tanto en el cristianismo occidental, el judaísmo, el budismo y el hinduismo, como en el Islam. En la mayoría de los países y religiones, los integrantes activos de los movimientos fundamentalistas son jóvenes, y cuentan con educación universitaria y pertenecen a la clase media capacitada o son profesionales y hombres de negocios. La "desecularización del mundo", según George Weigel, "es una de las realidades sociales dominantes en la vida de finales del siglo xx". El resurgimiento de la religión ("la revanche de Dieu", como lo llamó Gilles Kepel) ofrece una base de identidad y compromiso que trasciende las fronteras nacionales y une las civilizaciones.
En cuarto lugar, el doble papel de Occidente impulsa la toma de conciencia sobre su propia civilización. Por una parte, Occidente se encuentra en la cúspide del poder. Al mismo tiempo, sin embargo, y tal vez como resultado de ello, entre las civilizaciones no occidentales ocurre un fenómeno que es el "regreso a las raíces". Se escuchan cada vez más referencias al encierro y a la "asiatización" de Japón; al fin del legado de Nehru y la "hinduización" de la India; al fracaso de las ideas occidentales del socialismo y el nacionalismo y, por ende, a la "reislamización" de Medio Oriente; y, ahora, a la batalla entre la “occidentalización" y la "rusificación" en el país de Boris Yeltsin. El Occidente, en la cúspide de su poder, enfrenta al no Occidente, cuyos anhelos de dar al mundo formas no occidentales, junto con la voluntad y los recursos para conseguirlo, son cada vez mayores.
En el pasado, las élites de las sociedades no occidentales solían ser las personas que más relación tenían con Occidente: se habían educado en Oxford, la Sorbona o Sandhurst y estaban imbuidas de hábitos y valores occidentales. Al propio tiempo, el común de la gente de los países solía permanecer profundamente ligado a la cultura autóctona. Pero ahora esas relaciones se invierten. En muchos países no occidentales se produce una "desoccidentalización" o "indigenización” de las élites, en tanto los hábitos, culturas y estilos occidentales (mayormente estadounidenses) cobran popularidad entre las masas.
En quinto lugar, las características y diferencias culturales cambian menos que los problemas o rasgos políticos y económicos y, por ende, resultan menos fáciles de resolver. En la ex Unión Soviética, los comunistas pueden volverse demócratas, los ricos pueden hacerse pobres y los pobres, ricos, pero los rusos no pueden volverse estonios ni los azerbaiyanos, armenios. En los conflictos ideológicos y de clase, la pregunta clave era: “¿usted de qué lado está?"; y las personas podían escoger o cambiar de bando, y así lo hacían. En los conflictos entre civilizaciones, la pregunta es: “¿usted qué es?" Éste es un dato que no puede cambiarse. Y, como ya se sabe, desde Bosnia al Cáucaso y Sudán, responder mal esa pregunta puede significar un disparo en la cabeza. Y la religión discrimina de manera más clara y exclusiva que las características étnicas. Una persona puede ser medio francesa y medio árabe, e incluso ciudadana de ambos países, pero resulta más difícil ser medio católico y medio musulmán.
Por último, el regionalismo económico aumenta. Entre 1980 y 1989, las proporciones del comercio intrarregional total se elevaron de 51 a 59% en Europa, de 33 a 37% en el este de Asia y de 32 a 36% en América del Norte. Es probable que la importancia de los bloques económicos regionales continúe creciendo en el futuro. Por una parte, el éxito del regionalismo económico reforzará la conciencia de la propia civilización. Por otra, resultará exitoso sólo cuando se asiente sobre una civilización común. La Comunidad Europea (Cu) se apoya sobre una base compartida de cultura europea y cristianismo occidental. El éxito del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) depende de la convergencia, hoy en marcha, de las culturas mexicana, canadiense y estadounidense. Japón, en cambio, tiene dificultades para crear una entidad económica comparable en el este de Asia porque la sociedad y la civilización de Japón son únicas. Por fuertes que sean los vínculos comerciales y de inversiones que pueda desarrollar con otros países del este de Asia, sus diferencias culturales con ellos inhiben una integración económica regional como las de Europa o América del Norte y tal vez le impidan fomentarla.
La existencia de una cultura común, en cambio, facilita claramente el rápido fortalecimiento de las relaciones económicas entre la República Popular China y Hong Kong, Taiwán, Singapur y las comunidades chinas de otros países de Asia. Terminada la Guerra Fría, las similitudes culturales superan cada vez más las diferencias ideológicas, y China continental y Taiwán se acercan. Si la cultura común es requisito para la integración económica, es probable que el principal bloque económico del este de Asia en el futuro tenga su centro en China. En realidad, este bloque ya se está formando. Como ha observado Murray Weidenbaum: "A pesar del actual predominio japonés en la región, la economía asiática estructurada en torno a China surge rápidamente como nuevo epicentro de la industria, el comercio y las finanzas. En esta zona estratégica hay capacidades sustanciales en tecnología y producción de manufacturas (Taiwán), notables conocimientos empresariales, de servicios de mercadeo (Hong Kong), una excelente red de comunicaciones (Singapur), un importante consorcio de capital financiero (los tres) y enormes cantidades de tierra, recursos y mano de obra (China continental) [...] De Guangzhou a Singapur, de Kuala Lumpur a Manila, esta influyente red -muchas veces basada en ampliaciones de los clanes tradicionalesse ha descrito como la columna vertebral de la economía del este de Asia."
La cultura y la religión son también la base de la Organización de Cooperación Económica que reúne a diez países musulmanes no árabes: Irán, Paquistán, Turquía, Azerbaiyán, Kazajistán, Kirguistán, Turkmenistán, Tayikistán, Uzbekistán y Afganistán. Uno de los impulsos del renacimiento y la ampliación de esta organización, fundada en los años sesenta por Turquía, Paquistán e Irán, es que los dirigentes de varios de esos países se percataron de que no tenían posibilidades de ser admitidos en la cu. De modo similar, la Comunidad del Caribe (Caricom), el Mercado Común Centroamericano y el Mercosur se asientan sobre bases culturales comunes. Pero hasta el momento, los intentos de crear una entidad económica centroamericana y caribeña que supere la línea divisoria anglolatina han fracasado.
A medida que las personas definan su identidad en términos étnicos y religiosos, es probable que perciban su relación con personas de etnias o religiones distintas como una relación de "nosotros contra ellos". El fin de la antigua Unión Soviética y de los estados definidos ideológicamente de Europa Oriental permite que identidades y animosidades étnicas pasen al primer plano. Las diferencias de cultura y religión generan diferencias políticas, cuyo espectro va de los derechos humanos a la inmigración, y del comercio al medio ambiente. Desde Bosnia a Mindanao, la proximidad geográfica origina reclamos territoriales. Y lo más importante, los esfuerzos que Occidente hace por mantener su predominio militar, favorecer sus intereses económicos y promover la democracia y el liberalismo como valores universales producen reacciones adversas en otras civilizaciones. Los gobiernos y los grupos, cada vez menos capaces de movilizar apoyo y de formar coaliciones en función de una ideología, intentarán hacerlo mediante la apelación a la identidad común de religión y civilización.
El choque de civilizaciones se produce así en dos niveles. En el nivel micro, grupos contiguos situados en las líneas de ruptura de las civilizaciones luchan, en ocasiones con violencia, por controlar el territorio y a los demás. En el nivel macro, estados de civilizaciones distintas compiten por el poder económico y militar relativo, el control de las instituciones internacionales y de terceros, y promueven competitivamente sus valores políticos y religiosos particulares.
Las líneas de ruptura entre civilizaciones sustituyen las fronteras políticas e ideológicas de la Guerra Fría como puntos álgidos de crisis y derramamiento de sangre. La Guerra Fría comenzó cuando la Cortina de Hierro dividió política e ideológicamente a Europa. La Guerra Fría se acabó con la caída de la Cortina de Hierro. Al desaparecer la división ideológica de Europa, reapareció la división cultural entre cristianismo occidental, por una parte, y cristianismo ortodoxo e Islam la otra. La línea de ruptura por más importante en Europa, según William Wallace, podría muy bien ser la línea que en 1500 constituía la frontera oriental del cristianismo occidental, y que corre a lo largo de la actual frontera que separa Rusia de Finlandia y los estados del Báltico, atraviesa Bielorrusia y Ucrania (separando la Ucrania Occidental, más católica, de la ortodoxa Ucrania Oriental), gira hacia Occidente para separar Transilvania del resto de Rumania, y luego atraviesa Yugoslavia casi exactamente por la línea que hoy separa Croacia y Eslovenia del resto de Yugoslavia. En los Balcanes, esta línea coincide, obviamente, con la frontera histórica entre el imperio de los Habsburgo y el Imperio Otomano. Los pueblos situados al norte y al oeste de esta línea son protestantes o católicos, y compartieron las experiencias de la historia europea: feudalismo, Renacimiento, Reforma, Ilustración, Revolución francesa, Revolución industrial; suelen estar en mejor situación económica que los pueblos del este y podrían aspirar a una mayor participación en la economía europea común y a consolidar sistemas políticos democráticos. Los pueblos que se encuentran al este y al sur de la línea son ortodoxos o musulmanes, históricamente pertenecieron a los Imperio Otomano o zarista, y los sucesos que dieron forma al resto de Europa los tocaron sólo ligeramente. En términos económicos suelen estar más rezagados, y parece menos probable que desarrollen sistemas políticos democráticos estables. La "cortina de terciopelo" de la cultura ha reemplazado la cortina de hierro de la ideología como la línea divisoria más importante de Europa. Como demuestran los sucesos de Yugoslavia, no se trata sólo de una línea de diferencia, sino a veces de una línea de conflicto sangriento.
Hay conflicto en la línea de ruptura que separa la civilización occidental de la islámica desde hace 1300 años. Después de la fundación del Islam, hubo una oleaterminó en Tours en 732, de pueda, que blos árabes que se desplazaron hacia el oeste y el norte. Desde el siglo XI al XIII, los cruzados intentaron con éxito temporal llevar el cristianismo y el poder cristiano a Tierra Santa. Entre los siglos XIV y XVII, los turcos otomanos invirtieron las cosas: extendieron su influjo al Medio Oriente y los Balcanes, conquistaron Constantinopla y sitiaron dos veces Viena. En el siglo XIX y principios del xx, mientras declinaba el poder otomano, Gran Bretaña, Francia e Italia impusieron el control occidental sobre casi todo el norte de África y Medio Oriente.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Occidente, a su vez, comenzó a replegarse; los imperios coloniales desaparecieron; se manifestaron el nacionalismo árabe primero y luego el fundamentalismo musulmán; aumentó en Occidente la dependencia energética de los países del Golfo Pérsico; los países musulmanes petroleros se enriquecieron y, cuando lo desearon, adquirieron grandes cantidades de armas. Hubo varias guerras entre los árabes e Israel (creado por Occidente). Francia llevó adelante una guerra sangrienta y cruel en Argelia durante casi toda la década de los cincuenta; las fuerzas británicas y francesas invadieron Egipto en 1956; Estados Unidos entró en el Líbano en 1958, regresó más tarde, atacó a Libia y participó en diversos encuentros militares con Irán; terroristas árabes e islámicos, apoyados por al menos tres gobiernos de Medio Oriente, utilizaron el arma de los débiles y pusieron bombas en aviones e instalaciones occidentales, tomando rehenes. Esta guerra entre los árabes y Occidente tuvo su punto culminante en 1990, cuando Estados Unidos envió un gran ejército al Golfo Pérsico para defender a algunos países árabes de la agresión de uno de ellos. En el periodo siguiente, la planificación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) apunta cada vez más a las amenazas e inestabilidad que puedan surgir en su "línea meridional".
Es difícil que disminuya esta interacción militar entre Occidente y el Islam, que data de varios siglos. Podría hacerse más virulenta. La Guerra del Golfo dejó en algunos árabes una sensación de orgullo porque Saddam Hussein atacó a Israel y enfrentó a los occidentales. También dejó un importante sentimiento de humillación y resentimiento por la presencia militar de Occidente en el Golfo Pérsico, su avasallador poderío militar y la evidente incapacidad que demostraron los árabes de dominar su propio destino. En muchos países árabes, además de los exportadores de petróleo, se están alcanzando niveles de desarrollo económico y social incompatibles con las formas autocráticas de gobierno, y al mismo tiempo se fortalecen los intentos de introducir la democracia. Ya se produjeron algunas aperturas en los sistemas políticos árabes. Sus beneficiarios principales fueron los movimientos islamitas. En el mundo árabe, en resumen, la democracia occidental robustece las fuerzas políticas antioccidentales. Éste podría ser un fenómeno pasajero, pero sin duda complica las relaciones entre los países islámicos y los occidentales.
También la demografía las complica. El espectacular crecimiento demográfico de los países árabes, en especial de los de África del Norte, llevó a que aumentara la emigración a Europa Occidental. La tendencia de Europa Occidental de reducir al mínimo las fronteras internas agudizó las sensibilidades políticas en relación con este hecho. En Italia, Francia y Alemania, el racismo se manifiesta cada vez más abiertamente y, a partir de 1990, aumentan la intensidad y la extensión de las reacciones políticas, así como la violencia contra inmigrantes árabes y turcos.
De ambos lados, la interacción entre el Islam y Occidente se ve como un choque de civilizaciones. M. J. Akbar, un autor indomusulmán, observa que el "próximo enfrentamiento" de Occidente "vendrá sin duda del mundo musulmán. La lucha por un nuevo orden mundial comenzará con la presión de las naciones islámicas, desde el Maghreb a Paquistán". Bernard Lewis llega a una conclusión similar: "Nos enfrentamos a un sentir y a un movimiento que superan con creces los temas de las políticas y los gobiernos que las desarrollan. No se trata sino de un choque de civilizaciones: la reacción tal vez irracional pero sin duda histórica de un antiguo rival de nuestra herencia judeocristiana, nuestro presente laico y la expansión mundial de ambos".
Históricamente, la otra gran interacción antagónica de la civilización árabe islámica ha sido con los pueblos negros del sur, paganos, animistas y ahora crecientemente cristianos. Anteriormente, este antagonismo tuvo su epítome en los esclavistas árabes y los esclavos negros. Se reflejó en Sudán, en la guerra civil aún no terminada entre árabes y negros, en la lucha en Chad entre los insurgentes apoyados por Libia y el gobierno, en las tensiones entre cristianos ortodoxos y musulmanes en el Cuerno de África, y en los conflictos políticos, disturbios recurrentes violencia intestina entre musulmanes y cristianos en Nigeria. Es probable que la modernización de África y la difusión del cristianismo aumenten el nivel de violencia en esta línea de ruptura. El discurso que el papa Juan Pablo II pronunció en Jartum, en febrero de 1993, mediante el cual atacó las medidas del gobierno islamita de Sudán contra la minoría católica del país, resulta sintomático de la intensificación del conflicto.
En el límite septentrional del Islam, los conflictos bélicos entre pueblos ortodoxos y musulmanes aumentaron: violencia ascendente entre serbios y albaneses, la carnicería de Bosnia y Sarajevo, las frágiles relaciones entre los búlgaros y la minoría turca de Bulgaria, violencia entre osetianos e ingush, la incesante matanza a que se someten mutuamente armenios y azerbaiyanos, las tirantes relaciones entre rusos y musulmanes en Asia Central y el despliegue de efectivos rusos para proteger los intereses de Moscú en el Cáucaso y Asia Central. La religión estimula el resurgimiento de las identidades étnicas y alimenta el temor ruso por la seguridad de sus fronteras meridionales. Archie Roosevelt captó bien esta preocupación: "Gran parte de la historia rusa está vinculada a la lucha, que se remonta a la fundación del Estado ruso, hace más de 1000 años, entre eslavos y turcos en las fronteras turcas. En este enfrentamiento ya milenario entre los eslavos y sus vecinos orientales se encuentra la clave no sólo de la historia sino del carácter ruso. Para entender las realidades rusas de hoy es necesario tener idea de la magnitud de la etnia turca que preocupó a Rusia a lo larde los siglos".
El conflicto entre civilizaciones tiene profundas raíces en otros lugares de Asia. El choque histórico entre musulmanes e hindúes en el subcontinente se manifiesta ahora no sólo en la rivalidad entre Paquistán y la India, sino también en la intensificación en la India de los conflictos religiosos entre los grupos hindúes, de militancia cada vez más activa, y la importante minoría musulmana del país. La destrucción de la mezquita de Ajodhia en diciembre de 1992 puso de relieve la interrogante de si la India seguiría siendo un estado democrático laico o se volvería hindú. En el este de Asia, China tiene disputas territoriales pendientes con casi todos sus vecinos. Llevó adelante una política despiadada contra el pueblo budista del Tíbet y sigue una política cada vez más cruel contra la minoría turco-musulmana que habita el territorio chino. Con el fin de la Guerra Fría, las diferencias de fondo entre China Estados Unidos se acentuaron en esferas como los derechos humanos, el comercio y la proliferación de armamentos, y es improbable que se moderen. Se afirma que Deng Xiaoping dijo en 1991 que entre China y Estados Unidos se ponía en marcha una “nueva guerra fría".
La misma frase se ha aplicado a las relaciones cada vez más difíciles entre Japón y Estados Unidos. En este caso, las diferencias culturales exacerban el conflicto económico. Cada bando acusa al otro de racismo (aunque del lado estadounidense, al menos, las antipatías no son raciales sino culturales). Los valores, actitudes y patrones de comportamiento básicos de ambas sociedades difícilmente podrían ser más diferentes. Las cuestiones económicas que separan a Estados Unidos de Europa no son menos graves que las que oponen a Estados Unidos a Japón, pero no tienen la misma importancia política ni la misma intensidad emocional porque las diferencias de la cultura estadounidense con respecto a la europea son mucho menores que con la japonesa.
Las interacciones entre civilizaciones varían enormemente según su propensión a teñirse de violencia. Es evidente que entre las subcivilizaciones occidentales estadounidense y europea, y entre éstas y Japón, predomina la competencia económica. Pero en el continente eurasiático, la proliferación del conflicto étnico, que llega al extremo de la "limpieza étnica", no fue totalmente fortuita; su frecuencia y violencia fueron mayores cuando hubo conflicto entre grupos pertenecientes a distintas civilizaciones. En Eurasia las grandes líneas de ruptura históricas entre las civilizaciones arden nuevamente. Esto es particularmente cierto en el bloque islámico que, como una media luna, se extiende desde África hasta Asia Central. También hay violencia entre los musulmanes y entre los serbios ortodoxos en los Balcanes, los judíos en Israel, los hindúes en la India, los budistas en Birmania y los católicos en FilipiFilipinas. Las fronteras del Islam están teñidas de sangre.
Es natural que los grupos o estados tenecientes a una civilización que libra una guerra con personas de una civilización distinta intenten conseguir el apoyo de otros miembros de su misma civilización. A medida que el mundo posterior a la Guerra Fría evoluciona, el conjunto de civilizaciones (lo que H. D. S. Greenway llamó síndrome del "país afín") sustituye la ideología política y el equilibrio tradicional de poder como principales bases de cooperación y alianzas. Puede verse su gradual aparición en los conflictos que se produjeron en el Golfo Pérsico, el Cáucaso y Bosnia, después de la Guerra Fría. Ninguno de ellos fue una guerra a gran escala entre civilizaciones, pero en cada uno hubo elementos de confluencia de civilización, que parece haber cobrado importancia a medida que se desarrollaba el conflicto y podría ser un atisbo del futuro.
Primero, en la Guerra del Golfo un Estado árabe invadió a otro y luego luchó contra una coalición donde había principalmente estados árabes y occidentales. Aunque sólo unos pocos gobiernos musulmanes apoyaron abiertamente a Saddam Hussein, las élites árabes lo vitorearon en privado y cobró gran popularidad entre importantes sectores árabes. Los movimientos fundamentalistas islámicos apoyaron universalmente a Irak y no a los gobiernos de Kuwait y Arabia Saudita, respaldados por los gobiernos occidentales. Saddam Hussein, abjurando del nacionalismo árabe, hizo un llamado explícito al Islam. Junto con quienes lo apoyaban, intentó definir la guerra como una guerra entre civilizaciones. Como afirma Safar Al-Hawali, decano de estudios islámicos en la Universidad Um Al-Qura de la Meca, en una cinta muy difundida: “No es el mundo contra Irak, es Occidente contra el Islam". Pasando por alto la rivalidad entre Irán e Irak, el principal dirigente religioso iraní, Ayatolla Ali Khomeini, llamó a una guerra santa contra Occidente: "La lucha contra la agresión, la codicia, los planes y las políticas estadounidenses se considerará como una Jihad, y quien muera en ella será un mártir”. El rey Hussein de Jordania afirmó: “Ésta es una guerra contra todos los árabes y todos los musulmanes, y no sólo contra Irak".
Que partes sustanciales de las élites y los grupos árabes confluyeran en apoyo de Sadam Hussein hizo que los gobiernos árabes de la coalición antiiraquí moderaran sus actividades y bajaran el tono de sus declaraciones públicas. Los gobiernos árabes se opusieron a los posteriores intentos occidentales de presionar a Irak o se distanciaron de ellos, incluida la zona de prohibición de vuelos decretada en el verano de 1992 y el bombardeo a Irak de enero de 1993. La coalición antiiraquí, compuesta en 1990 por Occidente, la Unión Soviética, Turquía y los países árabes, se había convertido para 1993 en una coalición casi únicamente de Occidente y Kuwait contra Irak.
Los musulmanes compararon las acciones occidentales contra Irak con la incapacidad que demostró Occidente para proteger a los bosnios contra los serbios e imponer sanciones a Israel por violar las resoluciones de Naciones Unidas. Afirmaban que había una ley para unos y otra ley para otros. Un mundo de choques de civilizaciones, sin embargo, es inevitablemente un mundo de leyes dobles: se aplica una a los países afines y otra al resto.
En segundo lugar, el síndrome de país afín apareció también en conflictos que se produjeron en la antigua Unión Soviética. Los éxitos militares armenios de 1992 y 1993 estimularon a Turquía a aumentar su apoyo a sus hermanos de religión, etnia e idioma en Azerbaiyán. En 1992, un funcionario turco decía: "La nación turca tiene los mismos sentimientos que los azerbaiyanos. Estamos bajo presión. Nuestros diarios están llenos de fotos de atrocidades y nos preguntan si todavía pensamos seriamente en mantener nuestra política de neutralidad. Tal vez deberíamos mostrar a Armenia que hay una Turquía grande en la región”. El presidente Turgut Özal coincidió en esto observó que Turquía debía al menos "dar un susto a los armenios". En 1993, Özal amenazó nuevamente diciendo que Turquía "mostraría sus dientes". Aviones de la Fuerza Aérea Turca hicieron vuelos de reconocimiento sobre la frontera armenia; Turquía suspendió los envíos de alimento y los vuelos a Armenia y, junto con Irán, anunció que no aceptaría el desmembramiento de Azerbaiyán. En sus últimos años, el gobierno soviético apoyó Azerbaiyán porque sus gobernantes eran antiguos comunistas. Al desaparecer la Unión Soviética, sin embargo, las consideraciones políticas cedieron su lugar a las religiosas. Fuerzas rusas lucharon al lado de los armenios y Azerbaiyán denunció el "giro de 180 grados del gobierno ruso", que había pasado a apoyar a la Armenia cristiana.
En tercer lugar, en relación con la lucha en la antigua Yugoslavia, en Occidente se sintió compasión por los musulmanes bosnios y se les apoyó por los horrores que sufrían a manos de los serbios; sin embargo, hubo relativamente poca preocupación por los ataques de los croatas a los musulmanes y su participación en el desmembramiento de BosniaHerzegovina. En las primeras etapas de la desintegración yugoslava, Alemania, en un despliegue inusitado de iniciativa y fuerza diplomáticas, indujo a otros u miembros de la Comunidad Europea a reconocer a Eslovenia y a Croacia. Como resultado de la decisión del Papa de brindar apoyo importante a ambos países católicos, el Vaticano presentó su reconocimiento aun antes que la cu. Estados Unidos siguió el ejemplo europeo. Así, los principales protagonistas de la civilización occidental confluyeron en torno a sus correligionarios. Luego se informó que Croacia recibía importantes cantidades de armamento de Europa Central y otros países occidentales. El gobierno de Boris Yeltsin, por su parte, intentó una medida intermedia que agradara a los serbios ortodoxos pero que no aislara a Rusia de Occidente. Sin embargo, grupos conservadores y nacionalistas rusos, entre ellos muchos legisladores, atacaron al gobierno por haber retirado su apoyo a los serbios. Al parecer, a principios de 1993 había varios cientos de rusos en las fuerzas serbias y circulaban informes según los cuales Serbia. recibía armas rusas.
Los gobiernos y grupos islámicos, por su parte, censuraban a Occidente por no salir en defensa de los bosnios. Los dirigentes iraníes instaron a los musulmanes de todos los países a brindar ayuda a Bosnia; Irán, en violación al embargo de armas dispuesto por Naciones Unidas, suministró armas y hombres a los bosnios; grupos libaneses apoyados por Irán enviaron guerrilleros a entrenar y organizar a las fuerzas bosnias. En 1993 se informó que más de 4 000 musulmanes de una veintena de países islámicos luchaban en Bosnia. En Arabia Saudita y otros países hubo firmes presiones de grupos fundamentalistas para que sus gobiernos apoyaran más enérgicamente a los bosnios. Según informes, para fines de 1992 Arabia Saudita había brindado a los bosnios considerable financiamiento para armas y suministros de guerra, lo que aumentó en forma significativa su poderío militar con respecto a los serbios.
En la década de 1930, la Guerra Civil española provocó la intervención de países fascistas, comunistas y democráticos. En los años noventa, el conflicto yugoslavo provoca la intervención de países musulmanes, ortodoxos y cristianos occidentales. El paralelo no ha pasado inadvertido. Un editorialista saudita observó: "La guerra en Bosnia-Herzegovina se ha convertido en el equivalente emocional de la lucha contra el fascismo durante la Guerra Civil española: se considera a los muertos como mártires que intentaron salvar a sus congéneres musulmanes".
Los conflictos y la violencia se producirán también entre estados y grupos pertenecientes a una misma civilización, aunque es probable que sean menos intensos y más limitados que los que impliquen civilizaciones distintas. Pertenecer a una misma civilización reduce la posibilidad de violencia en situaciones donde de otro modo podría presentarse. En 1991 y 1992, mucha gente se alarmó por la posibilidad de un conflicto violento entre Rusia y Ucrania por motivos territoriales (Crimea en particular), por la flota del Mar Negro, por las armas nucleares y por los asuntos económicos. Si la civilización es lo que cuenta, sin embargo, las probabilidades de violencia entre ucranianos y rusos deberían ser escasas. Ambos son pueblos eslavos, principalmente ortodoxos, que han mantenido estrechas relaciones durante siglos. A principios de 1993, a pesar de todos los motivos de conflicto, los dirigentes negociaban eficazmente y atenuaban los problemas entre ambos países. Aunque hubo serias contiendas entre musulmanes y cristianos en otras partes de la antigua Unión Soviética, y mucha tensión, y hasta combates entre cristianos occidentales y ortodoxos en los estados del Báltico, prácticamente no se registró violencia entre rusos y ucranianos.
La confluencia de la civilización ha sido limitada hasta el momento, pero ha estado creciendo y evidentemente podría difundirse mucho más. A medida que progresaron los conflictos en el Golfo Pérsico, el Cáucaso y Bosnia, las posiciones de los países y las grietas entre ellos coincidieron cada vez más con las líneas entre civilizaciones. Los políticos populistas, los líderes religiosos y los medios de difusión descubrieron en esta confluencia un poderoso expediente para despertar el apoyo de las masas y presionar a gobiernos vacilantes. En los próximos años, los conflictos locales que mayor probabilidad tendrán de convertirse en guerras importantes serán aquellos que (como ocurrió en Bosnia y en el Cáucaso) sigan las líneas de ruptura entre civilizaciones. La próxima guerra mundial, de producirse, será una guerra entre civilizaciones.
Occidente vive en estos momentos un apogeo extraordinario de poder en relación con las demás civilizaciones. La superpotencia rival desapareció del mapa. Un conflicto armado entre estados occidentales es inconcebible y su poderío militar es inigualable. Aparte de Japón, Occidente no enfrenta desafío económico alguno. Domina las instituciones políticas y de seguridad internacionales y, junto con Japón, las instituciones económicas internacionales. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia resuelven los problemas de política y de seguridad internacionales; Estados Unidos, Alemania y Japón, los problemas económicos, y todos juntos mantienen entre sí relaciones extraordinariamente estrechas, excluyendo a los países menores, casi todos ellos no occidentales. Las decisiones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas o del Fondo Monetario Internacional (FMI), reflejos de los intereses de Occidente, se presentan al mundo como respuesta a los deseos de la comunidad mundial. La misma frase "comunidad mundial" se ha convertido en un eufemismo colectivo -que sustituye al de "Mundo Libre"para dar legitimidad mundial a medidas que reflejan los intereses de Estados Unidos y otras potencias occidentales. (Los dirigentes occidentales afirman casi de la misma manera que actúan en nombre de "la comunidad mundial". Durante la Guerra del Golfo, en una entrevista concedida a Good Morning America el 21 de diciembre de 1990, el primer ministro británico John Major cometió un desliz al referirse a las medidas que adoptaba "Occidente" contra Saddam Hussein. Enseguida se corrigió y pasó a hablar de la "comunidad mundial"; sin embargo, al "equivocarse" en realidad estaba en lo cierto.) Mediante el FMI y otras instituciones económicas internacionales, Occidente promueve sus intereses económicos e impone a otros países las políticas económicas que considera convenientes. Si se hiciera una encuesta en pueblos no occidentales, el FMI obtendría, sin duda, el apoyo de los ministros de finanzas y de unos cuantos más, pero una respuesta abrumadoramente desfavorable de casi todos los demás, quienes en cambio coincidirían con la caracterización que hace Georgy Arbatov de los funcionarios del FMI como “neobolcheviques que gustan de expropiar el dinero de los demás, imponer reglas antidemocráticas y ajenas de conducta económica y política, y ahogar la libertad económica".
El predominio de Occidente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y su gravitación sobre sus decisiones, atemperadas sólo por la ocasional abstención de China, llevaron a las Naciones Unidas a legitimar la utilización por parte de Occidente de la fuerza para expulsar a Irak de Kuwait, y eliminar las armas sofisticadas iraquíes y su capacidad de producirlas. También fueron la causa de que Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, adoptaran la medida sin precedentes en función de la cual el Consejo de Seguridad exigió que Libia entregara a los sospechosos de haber colocado la bomba en el vuelo 103 de Pan Am y se impusieron sanciones al no cumplirse la exigencia. Luego de derrotar al mayor ejército del mundo árabe, Occidente no vaciló en descargar todo su peso sobre él. Occidente, en efecto, utiliza las instituciones internacionales, el poderío militar y los recursos económicos para conducir al mundo de formas que servirán para mantener su predominio, proteger sus intereses y promover sus valores polí ticos y económicos.
Es así, al menos, como los no occidentales ven al mundo nuevo, y hay un considerable elemento de verdad en su opinión. Las diferencias de poder y las luchas por el poderío militar, económico e institucional son, pues, una fuente de conflicto entre Occidente y otras civilizaciones. Las diferencias de cultura, es decir, de valores y creencias fundamentales, son una segunda fuente de conflicto. V. S. Naipaul sostuvo que la civilización occidental es la "civilización universal" que "conviene a todos los hombres". Aparentemente, gran parte de la cultura occidental ha alcanzado al resto del mundo. En un nivel más profundo, sin embargo, los conceptos occidentales difieren de modo fundamental de los que prevalecen en otras civilizaciones. Las ideas occidentales sobre individualismo, liberalismo, constitucionalismo, derechos humanos, igualdad, libertad, imperio del derecho, democracia, mercados libres o separación de Iglesia y Estado suelen tener poca resonancia en culturas como la islámica, la confuciana, la japonesa, la hindú, la budista o la ortodoxa. Los intentos occidentales de propagar estas ideas producen una reacción en contra del “imperialismo de los derechos humanos" y una reafirmación de los valores autóctonos, como puede verse en el apoyo que las generaciones jóvenes del mundo no occidental dan al fundamentalismo religioso. El concepto mismo de "civilización universal" es una idea occidental, que contrasta francamente con la singularidad de la mayoría de las sociedades asiáticas y su insistencia en lo que distingue a un pueblo de otro. De hecho, Harry C. Triandis, el autor de una reseña sobre cien estudios comparativos de los valores de distintas sociedades concluyó que "los valores de mayor importancia en Occidente son los de menor importancia en el resto del mundo". En la esfera política, por supuesto, estas diferencias se manifiestan especialmente en los intentos de Estados Unidos y otras potencias occidentales de inducir a otros pueblos a adoptar ideas sobre democracia y derechos humanos. El sistema de gobierno democrático moderno se originó en Occidente. Cuando se ha desarrollado en sociedades no occidentales, por lo general ha sido producto del colonialismo o la imposición de Occidente.
Es probable que el eje central de la política mundial en el futuro sea, en palabras de Kishore Mahbubani, el conflicto entre "Occidente y todos los demás", y las reacciones de las civilizaciones no occidentales al poderío y los valores occidentales. Estas respuestas suelen tomar una de tres formas o una combinación de ellas. En un extremo, los estados no occidentales pueden, como Birmania y Corea del Norte, intentar la vía del aislamiento para proteger sus sociedades de la penetración o "corrupción" occidentales y, en la práctica, optar por no participar en la comunidad internacional dominada por Occidente. Los costos de esta vía, sin embargo, son elevados y pocos estados se han entregado exclusivamente a ella. Una segunda opción, el equivalente al "sumarse a la causa de los ganadores" de la teoría de las relaciones internacionales, es intentar unirse a Occidente y aceptar sus valores e instituciones. La tercera opción es intentar "equilibrarse" con Occidente mediante el desarrollo de un poderío económico y militar, y mediante la cooperación con otras sociedades no occidentales para oponérsele, preservando al mismo tiempo los valores e instituciones autóctonos; en resumen, modernizarse pero no occidentalizarse.
En el futuro, a medida que las personas se diferencien por su civilización, los países donde haya gran número de personas pertenecientes a civilizaciones distintas (como la Unión Soviética y Yugoslavia) serán candidatos al desmembramiento. Algunos otros países tienen un grado suficiente de homogeneidad cultural, pero se dividen en cuanto a si su sociedad pertenece a una civilización o a otra. Estos son países escindidos. Sus dirigentes casi siempre aspiran a desarrollar una estrategia de unirse a los ganadores y a hacer del país parte de Occidente, pero la historia, la cultura y las tradiciones son no occidentales. Turquía es el prototipo más evidente del país escindido. Sus dirigentes siguieron en los últimos años del siglo xx la tradición de Ataturk y definieron Turquía como nación-estado occidental moderna y laica. Colocaron a Turquía junto a Occidente en la OTAN Y en la Guerra del Golfo; solicitaron ser parte de la Comunidad Europea. Al mismo tiempo, sin embargo, grupos de la sociedad turca apoyaron el resurgimiento del Islam y sostuvieron que Turquía es fundamentalmente una sociedad musulmana de Medio Oriente. Además, aunque la élite turca define a Turquía como una sociedad occidental, la élite occidental se niega a aceptarla como tal. Turquía no será miembro de la cu y la verdadera causa de ello, como dijo el presidente Özal, "es que somos musulmanes y ellos cristianos, aunque no lo digan". Tras haber rechazado a la Meca, y después de haber sido rechazado por Bruselas, ¿hacia dónde dirigirá sus ojos Turquía? Tal vez hacia Toshkent. El fin de la Unión Soviética da a Turquía la oportunidad de convertirse en líder del renacimiento de una civilización turca donde se incluyen siete países que se extienden desde las fronteras de Grecia hasta las de China. Alentada por Occidente, Turquía está realizando ingentes esfuerzos por forjarse esta nueva identidad.
En la década pasada, México adoptó una posición en cierta forma similar a la de Turquía. Tal como Turquía, abandonó su antagonismo histórico contra Europa e intentó unírsele; México ha dejado de definirse por su antagonismo con Estados Unidos y, en lugar de ello, intenta imitarlo e integrarse al Área de Libre Comercio de América del Norte. Los dirigentes mexicanos están enfrascados en la compleja tarea de redefinir la identidad mexicana, e introdujeron reformas económicas fundamentales que con el tiempo conducirán a cambios políticos igualmente fundamentales. En 1991, un alto asesor del presidente Carlos Salinas de Gortari me describió, con lujo de detalles, todos los cambios que el gobierno de Salinas estaba realizando. Cuando terminó, expresé: “Muy impresionante. Me parece que, fundamentalmente, lo que intentan es que México deje de ser un país latinoamericano y sea norteamericano". Me miró con sorpresa y exclamó: "¡Exactamente! Eso es precisamente lo que intentamos hacer, pero, por supuesto, no podríamos decirlo en público". Como indica su observación, en México, al igual que en Turquía, hay importantes sectores de la sociedad que no están dispuestos a redefinir la identidad nacional. En Turquía, los líderes de orientación europea tienen que hacer guiños al Islam (como el peregrinaje de Özal a la Meca); del mismo modo, los dirigentes mexicanos de orientación filoestadounidense tienen que hacer guiños a quienes sostienen que México es un país latinoamericano (como la Cumbre Iberoamericana celebrada en Guadalajara, y auspiciada por el gobierno de Salinas).
Desde un punto de vista histórico, Turquía ha sido el país más profundamente escindido. Para Estados Unidos, México es el país escindido más cercano. Mundialmente, el país escindido más importante es Rusia. La cuestión de si Rusia es parte de Occidente o líder de una civilización eslavo-ortodoxa diferente ha estado siempre presente en la historia rusa, aunque la victoria comunista la oscureció al importar a Rusia una ideología occidental y adaptarla a las condiciones locales para luego desafiar a Occidente en nombre de esa ideología. El predominio del comunismo interrumpió el debate histórico entre occidentalización y rusificación. Una vez desacreditado el comunismo, los rusos enfrentan de nuevo ese conflicto.
El presidente Yeltsin adopta principios y objetivos occidentales y procura hacer de Rusia un país "normal" y una parte de Occidente, pero tanto la élite como el pueblo ruso están divididos en torno a este tema. Entre los disidentes moderados, Sergei Stankevich sostiene que Rusia debe rechazar la vía “atlantista", que podría llevarla "a volverse europea, a volverse parte de la economía mundial en forma rápida y organizada, a convertirse en el octavo miembro del Grupo de los Siete y a confirmar especialmente a Alemania y Estados Unidos como los miembros dominantes de la alianza atlántica". Al tiempo que rechaza también una política exclusivamente eurasiática, Stankevich sostiene de todos modos que Rusia debe dar prioridad a la protección de los rusos en otros países, reforzar sus vínculos con turcos y musulmanes y promover "una redistribución apreciable de nuestros recursos, opciones, lazos e intereses en favor de Asia, de la dirección oriental". Quienes profesan estas mismas ideas critican a Yeltsin por subordinar los intereses de Rusia a los de Occidente, por reducir la fuerza militar rusa, por retirar el apoyo a aliados tradicionales, como Serbia, e impulsar las reformas económicas y políticas en formas perjudiciales para el pueblo ruso. La nueva popularidad de las ideas de Petr Savitsky, quien en la década de 1920 afirmó que Rusia era una civilización euroasiática singular, es un indicio de esta tendencia. Disidentes más extremistas expresan ideas más abiertamente nacionalistas, antioccidentales y antisemitas, e instan a Rusia a volver a desarrollar su poderío militar y a establecer vínculos más fuertes con China y los países musulmanes. El pueblo ruso está tan dividido como su élite. Según una encuesta efectuada en la Rusia europea en la primavera de 1992, 40% de los entrevista dos tenían actitudes positivas hacia Occidente y 36%, negativas. Como durante gran parte de su historia, a principios de la década de 1990 Rusia es realmente un país escindido.
Para redefinir su identidad como civilización, un país escindido debe cumplir tres requisitos. Primero, su élite política y económica tiene que apoyar en general esta redefinición y creer en ella. En segundo lugar, su pueblo tiene que estar dispuesto a aceptar la redefinición. Y, por último, los grupos dominantes de la civilización receptora deben estar dispuestos a aceptar al converso. Estos tres requisitos se cumplen en gran medida en medida en el caso de México. En el caso de Turquía, en gran medida los dos primeros. No es claro que se cumpla alguno en relación con la unión de Rusia y Occidente. El conflicto entre la democracia liberal y el marxismo-leninismo se daba entre ideologías que, a pesar de sus grandes diferencias, supuestamente compartían en última instancia objetivos de libertad, igualdad y prosperidad. Una Rusia tradicional, autoritaria y nacionalista, podría tener objetivos bien distintos. Un demócrata occidental podía mantener un debate intelectual con un marxista soviético, pero le sería prácticamente imposible hacerlo con un tradicionalista ruso. Si a medida que los rusos dejen de comportarse como marxistas rechazan la democracia liberal y comienzan a comportarse como rusos y no como occidentales, las relaciones entre Rusia y Occidente podrían volverse nuevamente distantes y conflictivas. (Owen Harris ha señalado que Australia intenta -a su entender en forma imprudenteconvertirse en un país escindido a la inversa. Aunque ha sido miembro pleno no sólo de Occidente, sino también del America, Britain, Canada, and Australia Standardization Program (ABCA), núcleo militar y de inteligencia de Occidente, sus actuales dirigentes están proponiendo que se separe de Occidente, se redefina como país asiático y cultive vínculos estrechos con sus vecinos. El futuro de Australia, afirman, se encuentra en las dinámicas economías del este de Asia. Pero, como se ha indicado, la cooperación económica estrecha suele requerir una base cultural común. Además, ninguna de las tres condiciones necesarias para que un país escindido se una a otra civilización parece existir en el caso australiano.)
Los obstáculos que impiden que los países no occidentales se unan a Occidente varían considerablemente; resultan menores para los países latinoamericanos y de Europa Oriental y mayores para los países ortodoxos de la antigua Unión Soviética. Son aún mayores para los musulmanes, confucianos, hindúes o budistas. Japón se ha creado una posición única como miembro asociado de Occidente: en algunos sentidos se encuentra en Occidente, pero en gran medida es evidente que no. no. Los países que, por su cultura y poder, no desean o no pueden unirse a Occidente, compiten con él desarrollando un poderío económico, militar y político propio. Lo hacen promoviendo el desarrollo interno y cooperando con otros países no occidentales. La forma más notable de esta cooperación es la conexión confuciano-islámica surgida para desafiar los intereses, valores y poderío de Occidente.
Casi sin excepción, los países occidentales están reduciendo su poderío militar; al igual que Rusia, bajo la dirección de Yeltsin. Sin embargo, China, Corea del Norte y varios países de Medio Oriente lo amplían notablemente, ya sea importando armas occidentales y no occidentales, o desarrollando sus propias industrias de armamentos. Una consecuencia de esta situación es el surgimiento de lo que Charles Krauthammer llamó “estados armados", que son estados no occidentales. Otra consecuencia es la redefinición del control de armamentos, que constituye un concepto y un objetivo de Occidente. Durante la Guerra Fría, el propósito principal de la limitación de armamentos era el equilibrio militar estable entre Estados Unidos y sus aliados, por un lado, y la Unión Soviética y sus aliados, por el otro. En el mundo que siguió a la Guerra Fría, el objetivo principal del control de armamentos es evitar que sociedades no occidentales desarrollen un poderío militar capaz de amenazar los intereses de Occidente. Occidente pretende hacerlo mediante acuerdos internacionales, presiones económicas y controles sobre la transferencia de armas y tecnología de armamentos.
El conflicto entre Occidente y los estados confuciano-islámicos se concentra en gran medida, aunque no exclusivamente, en las armas nucleares, químicas y biológicas, los misiles balísticos y otros medios sofisticados para su lanzamiento, así como en el conocimiento, la inteligencia y otras competencias en materia electrónica necesarias para lograr esos objetivos. Occidente promueve la no proliferación como norma universal y los tratados de no proliferación y las inspecciones como medios de dar entidad a esa norma. Amenaza también con una serie de sanciones a quienes promueven la propagación de armas sofisticadas y propone beneficios a quienes no lo hagan. Su atención se concentra, naturalmente, en los países que son o pudieran ser hostiles a Occidente.
Los países no occidentales, por su parte, afirman su derecho a adquirir y desarrollar las armas que consideren necesarias para su seguridad. Incorporaron por completo la verdad contenida en la respuesta que dio el ministro de Defensa de la India cuando se le preguntó qué lección había recibido de la Guerra del Golfo: "No luches con Estados Unidos a no ser que tengas armas nucleares". Las armas nucleares, las armas químicas y los misiles se consideran, tal vez erróneamente, como un modo de equiparar la superioridad de la fuerza convencional de Occidente. China, por supuesto, ya cuenta con armas nucleares; Paquistán y la India tienen capacidad de desarrollarlas. Corea del Norte, Irán, Irak, Libia y Argelia parecen estar intentando adquirirlas. Un alto funcionario iraní declaró que todos los estados musulmanes deberían adquirir armas nucleares, y se afirmó que en 1988 el presidente de Irán emitió una orden mediante la cual recomendaba desarrollar "armas químicas, biológicas y radiológicas ofensivas y defensivas".
En relación con el desarrollo de la capacidad militar para oponerse a Occidente, resulta fundamental la ampliación continua del poderío militar de China y los medios que emplea para generarlo. Animada por su espectacular desarrollo económico, China aumenta con rapidez sus gastos militares y avanza a paso firme en la modernización de sus fuerzas armadas. Compra armas a los antiguos estados soviéticos y desarrolla misiles de largo alcance; en 1992 realizó ensayos de su dispositivo nuclear de un megatón. Está desarrollando capacidades de proyección de poder, adquiriendo tecnología de reaprovisionamiento aéreo y tratando de comprar un portaaviones. Este fortalecimiento militar y la afirmación de su soberanía en el Mar de la China Meridional provocan una carrera multilateral de armamentos en el este de Asia. China también es un importante exportador de armas y tecnología de armamentos. Exportó a Libia y a Irak materiales que se pudieran utilizar fabricar armas nucleares y para gas neurotóxico. Ayudó a que Argelia construyera un reactor que puede utilizarse tanto para investigaciones sobre armamentos nucleares como para producirlos. Vendió a Irán tecnología nuclear que, en opinión de los funcionarios estadounidenses, no puede usarse más que para crear armamentos y, al parecer, envió a Paquistán partes de misiles cuyo alcance es de unos 480 kilómetros. Corea del Norte mantuvo un programa de armas nucleares por algún tiempo y vendió misiles avanzados y tecnología de misiles a Siria e Irán. El flujo de armas y tecnología de armamentos suele darse del este de Asia a Medio Oriente. Sin embargo, también hay movimiento en la dirección inversa: China recibió de Paquistán misiles Stinger.
Por tanto, ha surgido una conexión militar confuciano-islámica destinada a que sus integrantes adquieran las armas y la tecnología de armamentos necesarias para oponerse al poderío militar de Occidente. Esta conexión puede perdurar o no, pero en estos momentos es, en palabras de Dave McCurdy, "un pacto de apoyo mutuo entre renegados, orquestado por quienes impulsan la proliferación y quienes los respaldan". Por lo tanto, entre los estados confuciano-islámicos y Occidente se está produciendo una nueva forma de carrera armamentista. Según el modelo antiguo, cada lado desarrollaba sus propias armas para llegar al equilibrio o conseguir la superioridad con respecto al otro. En esta nueva forma de carrera, un bando desarrolla armas y el otro intenta no equilibrar, sino limitar y evitar esa consolidación de armamentos mientras reduce su propio poderío militar.
En este artículo no se sostiene que las identidades de civilización sustituirán a todas las demás identidades, que las naciones-estado desaparecerán, que civilización se convertirá en una entidad política coherente única, que los grupos de una civilización no entrarán en conflicto entre sí, y ni siquiera que no lucharán unos con otros. Pero sí están surgiendo hipótesis según las cuales las diferencias entre civilizaciones son reales e importantes; la conciencia de la propia civilización aumenta; el conflicto entre civilizaciones sustituirá al conflicto ideológico y a otros tipos de conflicto como formas mundialmente dominantes de conflicto; las relaciones internacionales, históricamente un juego desarrollado en el marco de la civilización occidental, se harán cada vez menos occidentales y se convertirán en un juego en que las civilizaciones no occidentales serán cada vez más activas y no ya meros objetos. También, según esas hipótesis, es más probable que las instituciones internacionales exitosas en los ámbitos político, de seguridad y económico- se desarrollen en el marco de cada civilización y no entre dos distintas; los conflictos entre grupos de distintas civilizaciones serán más frecuentes, prolongados y violentos que los conflictos entre grupos de una misma civilización; los conflictos violentos entre grupos de distintas civilizaciones constituirán la fuente más probable y peligrosa de enfrentamientos que puedan crecer hasta convertirse en guerras mundiales; el eje primordial de la política mundial serán las relaciones entre “Occidente y el resto del mundo"; las élites de algunos países no occidentales escindidos intentarán hacer de sus países parte de Occidente, pero en la mayoría de los casos enfrentarán grandes obstáculos para lograrlo, y, en el futuro inmediato, un importante foco de conflicto se ubicará entre Occidente y varios estados islámicoconfucianos.
Aquí no se trata de hacer una defensa de los conflictos entre las civilizaciones, sino de presentar hipótesis descriptivas de cómo podría ser el futuro. Y si éstas son hipótesis aceptables, es necesario considerar qué consecuencias tendrían para la política occidental. Estas consecuencias deberían dividirse entre la ventaja en el corto plazo y los cambios a largo plazo. A corto plazo, resulta claro que es de interés para Occidente promover una mayor cooperación y unidad dentro de su propia civilización, sobre todo entre sus componentes europeo y estadounidense; incorporar a Europa Oriental y a América Latina, cuyas culturas no se oponen a la occidental; promover y mantener relaciones de cooperación con Rusia y Japón; impedir que conflictos locales entre civilizaciones se conviertan en guerras importantes; limitar la expansión de la fuerza militar de los estados confucianos e islámicos; moderar la reducción del poderío militar occidental y mantener la superioridad militar en el este y sudoeste asiáticos; aprovechar las diferencias y conflictos entre los estados confucianos e islámicos; apoyar a otros grupos de civilizaciones que muestren inclinación hacia los valores e intereses de Occidente; fortalecer las instituciones internacionales que reflejen y legitimen los intereses y valores de Occidente, y promover la participación de los estados no occidentales en esas instituciones.
A largo plazo, se necesitarían otras medidas. La civilización occidental es occidental y moderna. Las civilizaciones no occidentales han intentado hacerse modernas sin hacerse occidentales. Hasta ahora, sólo Japón lo ha logrado. Las civilizaciones no occidentales seguirán intentando adquirir riqueza, tecnología, habilidades, máquinas y armamentos que forman parte del ser modernos. Intentarán también reconciliar esta modernidad con su cultura y valores tradicionales. Su poderío económico y militar relativo aumentará. Por lo tanto, Occidente deberá considerar cada vez más a estas civilizaciones modernas no occidentales cuyo poderío se acercará al suyo, pero con cuyos valores e intereses difiere de modo importante. Esto exigirá que Occidente mantenga el poderío económico y militar necesario para proteger sus intereses respecto de estas civilizaciones. También, sin embargo, exigirá que desarrolle una comprensión más profunda de los supuestos religiosos y filosóficos fundamentales de otras civilizaciones y del modo en que sus integrantes contemplan sus intereses. Se requerirá un esfuerzo para identificar elementos comunes entre Occidente y otras civilizaciones. En el futuro que viene al caso, no habrá civilización universal, sino un mundo de civilizaciones distintas, cada una de las cuales deberá aprender a convivir con las demás.